sábado, 19 de septiembre de 2020

El árbol de la ciencia

En el centro del Paraíso había dos árboles: el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. El árbol de la vida era inmenso, frondoso y daba la inmortalidad. Del árbol de la ciencia no se dice como era, pero sobre él pesaba el aviso de Dios: si se comía de su fruto, nuestros primeros padres morirían de muerte. Andrés Hurtado, alter ego de Pío Baroja (1872-1956), pensaba que el consejo de Dios no era muy distinto al del accionista de un banco: comed del árbol de la vida, sed bestias, sed cerdos, sed egoístas, revolcaos por el suelo alegremente; pero no comáis del árbol de la ciencia, porque ese fruto agrio os dará una tendencia a mejorar que os destruirá. En estas pocas palabras puede resumirse un libro inmenso, El árbol de la ciencia (1911), primera novela existencialista de la historia, escrita sobre la base de un pesimismo extremo acerca de las posibilidades del conocimiento del ser humano.

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domingo, 13 de septiembre de 2020

Carta de una desconocida

 

Carta de una desconocida (1922) cuenta una historia de amor imposible: el de una mujer de origen humilde que se enamora siendo aún una niña de un escritor atractivo e inaccesible y que desde ese momento vivirá sólo por él y para él. El amor de la protagonista será un amor extremo, obsesivo, un amor que le acompañará toda la vida y que lo arrastrará todo: su hijo, sus relaciones con su familia y con otras personas, hasta su estatus económico. Todo quedará en segundo plano por ser fiel a este amor no correspondido. El amor intenso, trágico, de una generosidad sin límites de esta mujer, tiene su contrapunto en el seductor, el hombre que vive con vehemencia el momento pero que es incapaz de darle a su pasión consistencia en el tiempo (ni puede darle futuro, ni cuenta para él como pasado). El seductor juega, ama (en realidad no hay maldad en él), vive su libertad (la libertad de la que su enamorada carece) y olvida.

"Quiero contarte toda mi vida, esta vida mía que en realidad comenzó en día en que te conocí. Antes no hubo en ella sino algo turbio, y fue como un rincón cualquiera lleno de cosas y hombres torpes, cubierto de polvo y telarañas, de los cuales mi corazón no sabe nada. Cuando tú llegaste, yo tenía trece años y vivía en la misma casa que habitas tú ahora, en la misma casa en la que tienes tú ahora esta carta entre tus manos, como el último aliento de mi vida; vivía en el mismo pasillo, justamente enfrente de tu cuarto. Seguramente ya no te acuerdas de nosotras, de la pobre viuda de un empleado ( siempre iba vestida de luto) y de su delgada niña. Vivíamos tranquilamente, casi sumergidas en nuestra pobreza de pequeñas burguesas. Tal vez nunca hayas oído nuestros nombres, pues no teníamos ninguna chapa en la puerta, y nadie nos visitaba ni preguntaba por nosotras. Es verdad también que ya hace mucho tiempo de esto: quince, dieciséis años; no, seguramente tú no lo recuerdas, querido mío; pero yo, yo me acuerdo apasionadamente de cada detalle y tengo presente como si fuese hoy, el día, mejor dicho la hora, en que oí hablar de ti por primera vez y en que por primera vez te vi; ¡y cómo no recordarlo, si entonces empezó para mí la vida! Consiente, querido, en que te lo cuente todo, todo, desde el principio, te lo suplico, y no te fastidies de oír mi relato, durante un cuarto de hora, pues yo no me he cansado de quererte durante toda mi vida." 

El austriaco Stefan Zweig es uno de esos escritores cuya vida es seguramente tan interesante como su obra. Zweig se relacionó con toda la intelectualidad de su tiempo y mantuvo siempre una actitud de independencia ante los acontecimientos políticos que se desarrollaron en las décadas de los 30 y los 40. Antinacionalista y antibelicista, su obra fue prohibida y tuvo que emigrar durante el mandato de Hitler. En 1942, al ver la forma en la que el nazismo estaba extendiéndose y convencido del fin inexorable de la cultura y la libertad se suicidó junto a su segunda esposa.