martes, 10 de julio de 2018

Bomarzo

Inquietante y maravilloso libro que todo el mundo debería leer: La historia de Bomarzo se centra en la figura del Duque de Orsini, personaje histórico que vivió en el siglo XVI. En el palacio del mismo nombre, en medio de un ambiente trágico, se desarrolla la trama, que ofrece un estupendo fresco de buena parte de la historia del Renacimiento italiano. Es la obra maestra del escritor argentino Manuel Mújica Laínez que, deslumbrado por el jardín del duque Orsini, quiso novelar el panorama literario de la historia europea del XVI.

El principal rasgo del personaje principal es su joroba. Pese a la riqueza, al título y a la fama, Pier Francesco Orsini no puede disfrutar de ninguna de estas mieles, y es un renegado de su propia gente, incluso de sus padres, que lo desprecian. Rápidamente, la simpatía del lector recae sobre este personaje que se encuentra tan aislado del mundo y que se siente excluido. Toda la belleza de la época, el paisaje, el arte y el ambiente intelectual que se respiraba en Italia contrasta trágicamente con un personaje marcado por la deformidad y que, pese a que tiene una innegable sensibilidad artística, se ve traicionado, precisamente, por ese mismo tiempo que le tocó vivir, que no parece juzgar adecuadamente una deformidad que no tiene cabida en ese mundo bello y elegante.

Estos elementos, junto con los espacios que envuelven la novela, todos ellos mágicos y especiales, son los que ofrecen un paisaje natural de las luces y las sombras de la época. El arte, la guerra, la belleza y el misterio son las líneas de fondo de una de las mejores novelas escritas nunca en habla hispana.

La vida de Su Excelencia es tan hermosa… tan rica.., que pienso que en lugar de mandar que pintemos la historia de sus antepasados, debería ordenarnos que pintásemos su propia historia, en el castillo.
Permanecía en suspenso, como quien acaba de ser testigo de una revelación. Al muchacho se le había ocurrido lo obvio. Quizás porque era demasiado obvio, porque lo tenía excesivamente cerca y me faltaba la perspectiva para apreciarlo, necesité que otro me lo dijera. Eso, que me había rondado en vano, esforzándose para que lo comprendiera, salía de pronto a la transparencia de la tarde. Me puse de pie, como si me cegara la brusca claridad, y me apoyé en un tronco. Veía por fin lo que debía hacer. Mi tema y yo nos habíamos encontrado y formábamos desde ese segundo una indestructible unidad. Mi vida… mi vida transfigurada en símbolos.., salvada para las centurias.., eterna… imperecedera… He ahí lo que debía relatar en Bomarzo, pero, no a través de los frescos efímeros de Jacopo del Luca, cuya posibilidad quedaría abandonada para siempre en el entrecruzamiento de los andamios, en una desierta galería del castillo, sino utilizando las rocas perennes del bosque. El bosque sería el Sacro Bosque de Bomarzo, el bosque de las alegorías, de los monstruos. Cada piedra encerraría un símbolo y, juntas, escalonadas en las elevaciones donde las habían arrojado y afirmado milenarios cataclismos, formarían el inmenso monumento arcano de Pier Francesco Orsini. Nadie, ningún pontífice, ningún emperador, tendría un monumento semejante. Mi pobre existencia se redimiría así, y yo la redimiría a ella, mudado en un ejemplo de gloria. Hasta los acontecimientos más pequeños cobrarían la trascendencia de testimonios inmortales, cuando los descifrasen las generaciones por venir. El amor, el arte, la guerra, la amistad, las esperanzas y desesperanzas… todo brotaría de esas rocas en las que mis antecesores, por siglos y siglos, no habían visto más que desórdenes de la naturaleza. Rodeado por ellas, no podría morir, no moriría. Habría escrito un libro de piedra y yo sería la materia de ese libro impar.Fue tan intensa, tan deslumbrante la impresión, que me olvidé de Zanobbi. Me encaminé hacia la fortaleza, dejándolos a Andrea y a él a la vera del arroyo. ¡Qué estupenda sensación me embargaba y qué lejos quedaban de su euforia las tentativas estéticas que hasta entonces había ensayado, el retórico poema vacío, las pinturas destinadas a repetir la gesta redundante de los Orsini! Esto sería mío, sólo mío, único. Sería mi justificación, mi explicación, la proeza excepcional, el rasgo de inspirado genio que ubicaría perpetuamente a Vicino Orsini en ese largo cortejo de los suyos que tanto le costaba seguir, arrastrando su pierna y su joroba, y que lo humillaba con su fastuosa violencia. Un libro de rocas. El bien y el mal en un libro de rocas. Lo mísero y lo opulento, en un libro de rocas. Lo que me había estremecido de dolor, de ansiedad, la poesía y la aberración, el amor y el crimen, lo grotesco y lo exquisito. Yo. En un libro de rocas. Para siempre. Y en Bomarzo, en mi Bomarzo. Las lágrimas me mojaban las mejillas. Sentí en los labios su salado sabor. Anchas nubes pasaban, desflecándose, esculpiéndose, sobra la masa ocre del castillo.


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