Grandes los ojos son, la vista breve
(o amor la abrevia, porque a herir apunta);
arco es la ceja, y el mirar es punta
a quien amor sus vencimientos debe.
A su mejilla el nácar debe;
adonde en llamas de coral difunta
fuera la rosa, más su incendio junta
a la azucena de templada nieve.
El arte es superior, pero sin arte
el ingenio es acierto y no es ventura;
el andar es compás y no es cuidado.
De tantas partes no presume parte;
hermosa pudo ser sin hermosura;
yo, sin amor, viviera enamorado.
GABRIEL DE BOCÁNGEL
Mientras por competir con tu cabello,
oro bruñido al sol relumbra en vano;
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;
siguen más ojos que al clavel temprano;
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello:
goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,
no sólo en plata o vïola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.
LUÍS DE GÓNGORAA UNA CALAVERA DE MUJER
Esta cabeza, cuando viva, tuvo
sobre la arquitectura de estos huesos
carne y cabellos, por quien fueron presos
los ojos que mirándola detuvo.
Aquí la rosa de la boca estuvo,
marchita ya con tan helados besos;
aquí los ojos, de esmeralda impresos,
color que tantas almas entretuvo;
aquí la estimativa, en quien tenía
el principio de todo movimiento;
aquí de las potencias la armonía.
¡Oh hermosura mortal, cometa al viento!
¿En donde tanta presunción vivía
desprecian los gusanos aposento?
LOPE DE VEGA
RIESGO DE CELEBRAR LA HERMOSURA DE
LAS TONTAS
Sol os llamó mi lengua pecadora,
y desmintióme a boca llena el cielo;
luz os dije que dábades al suelo,
y opúsose un candil, que alumbra y llora.
Tan creído tuvisteis ser aurora
que amanecer quisisteis con desvelo;
en vos llamé rubí lo que mi abuelo
llamara labio y jeta comedora.
Codicia os puse de vender los dientes
diciendo que eran perlas; por ser bellos
llamé los rizos minas de oro ardientes;
pero si fueran oro los cabellos,
calvo su casco fuera, y diligentes
mis dedos os pelaran por vendellos.
***
MUJER PUNTIAGUDA CON ENAGUAS
Si eres campana ¿dónde está el badajo?
Si Pirámide andante vete a Egito,
Si Peonza al revés trae sobrescrito,
Si Pan de azúcar en Motril te encajo.
Si Capitel ¿qué haces acá abajo?
Si de disciplinante mal contrito
Eres el cucurucho y el delito,
Llámente los Cipreses arrendajo.
Si eres punzón, ¿por qué el estuche dejas?
Si cubilete saca el testimonio,
Si eres coroza encájate en las viejas.
Si büida visión de San Antonio,
Llámate Doña Embudo con guedejas,
Si mujer da esas faldas al demonio.
***
De quince a veinte es niña; buena moza
de veinte a veinticinco, y por la cuenta
gentil mujer de veinticinco a treinta,
¡dichoso aquel que en tal edad las goza!
De treinta a treinta y cinco no alboroza,
mas se puede comer con salpimienta.
Pero de treinta y cinco hasta cuarenta,
anda en vísperas ya de una coroza.
A los cuarenta y cinco es bachillera,
gansea, pide y juega del vocablo.
Cumplidos los cincuenta da en santera.
A los cincuenta y cinco hecha retablo,
niña, moza, mujer, vieja, hechicera,
bruja y santera, se la lleva el diablo.
FRANCISCO DE QUEVEDO
A continuación una lectura interesante de Mª Rita Ramilo Costas extraída de la obra El ideal de belleza femenina en la literatura de los Siglos de Oro:
La moda del colorete
Pasemos al siglo XVII. Durante este siglo los esfuerzos de las mujeres de las clases altas en la búsqueda de la belleza se centraron más en el cuidado del cutis que en el resto del cuerpo. Esta es la época dorada de la cosmética y se impuso la moda del colorete. Se aprecian mejillas enrojecidas (el aliado que oculta la palidez que producen las noches de vigilia y las cenas), polvos blancos aplicados en el cuello y los hombros (debido a la importancia de tener una piel blanca y transparente en contraste con la piel más tostada perteneciente normalmente a la gente que trabajaba en el campo) y lunares en el rostro (que sirven para disimular pecas o granos). En relación con el canon de la piel clara, indicaremos que una costumbre de las mujeres nobles de la época era comer búcaros con la finalidad de proporcionar color a los labios y al mismo tiempo mantener la piel blanquecina. Y es que los búcaros son jarros finos de barro rojizos empleados para conservar fría el agua. Así, pues, las damas comían jarros y en muchos casos se convirtió en una auténtica obsesión que provocó la ira de los moralistas y de los confesores. Estos últimos imponían a las damas la penitencia de no comer búcaros durante varios días.
En el siglo XVII se avanzó notablemente en la formulación de cremas sofisticadas, lociones y esencias; se escribieron numerosas publicaciones relacionadas con la elaboración y empleo de recetas cosméticas. En relación a ello, citaremos el nombre de la florentina Catalina de Médicis ("Reina de Francia", esposa de Enrique II) como gran impulsora del estudio de productos para lograr una piel perfecta.
Ante tal panorama es normal que literariamente muchos escritores aborden una temática típicamente barroca: el engaño de los sentidos. Góngora nos avisará de ese engaño en la conocida composición "La dulce boca..." ("La dulce boca que a gustar convida / un humor entre perlas destilado, / y a no envidiar aquel licor sagrado / que a Júpiter ministra el garzón de Ida, / ¡amantes! no toquéis si queréis vida: / porque entre un labio y otro colorado / Amor está de su veneno armado,/ cual entre flor y flor sierpe escondida. / No os engañen las rosas que al Aurora / diréis que aljofaradas y olorosas / se le cayeron del purpúreo seno. / Manzanas son de Tántalo y no rosas, / que después huyen del que incitan ahora / y sólo del Amor queda el veneno.").
En el anterior poema se aprecia el tópico clásico Latet anguis in herba (la culebra se esconde en la hierba) que se refiere al carácter engañoso de la naturaleza, y por extensión, de la realidad. La literatura barroca se adentra en la falsa apariencia de la cosas; se muestra preferencia por el artificio y la mentira, en contraposición a la estética renacentista. Así, por ejemplo, la caducidad de la belleza femenina será uno de los temas frecuentes en la poesía del madrileño Francisco de Quevedo. Un ejemplo son los siguientes versos pertenecientes al soneto 469 ("¿No ves que si halagüeñas tiranías / me consumen, que, mustio, cada instante, / roba tu primavera en horas frías, / y ya al arrugado y cárdeno semblante, / que mancillan los pasos de los días, / no volverá a su flor ni amor ni amante?").
En conclusión, el canto a la belleza femenina o a su caducidad es una constante en el arte literario de los Siglos de Oro.
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