En un prólogo
a la edición de Carol, de 1989, Patricia
Highsmith relataba las vicisitudes que rodearon la publicación de esta novela a
principios de los años 50. El germen de la historia surge en 1948, cuando la
escritora vivía en Nueva York. Aún no se había publicado Extraños en un tren, que
aparecería a finales de 1949, y para ganar algo de dinero Highsmith trabajaba
como dependienta en la campaña de Navidad en unos grandes almacenes de Manhattan.
Estaba a punto de cumplir veintiocho años y se sentía algo deprimida. La vida
estaba llena de posibilidades, solo de posibilidades.
Desde su
puesto, en el ajetreado mostrador de las muñecas de la sección de juguetes,
Patricia Higsmith experimentó uno de esos momentos especiales en los que reconocía
una idea para un futuro relato:
Una mañana, en aquel
caos de ruido y compras apareció una mujer rubia con un abrigo de piel. Se
acercó al mostrador de muñecas con una mirada de incertidumbre -¿debía comprar
una muñeca u otra cosa?- y creo recordar que se golpeaba la mano con un par de
guantes, con aire ausente. Quizá me fijé en ella porque iba sola, o porque un
abrigo de visón no era algo habitual, porque era rubia y parecía irradiar luz.
Con el mismo aire pensativo compró una muñeca, una de las dos o tres que le
enseñé y yo apunté su nombre y dirección en el impreso porque la muñeca debía
entregarse en una localidad cercana. Era una transacción rutinaria, la mujer
pagó y se marchó. Pero yo me sentí extraña y mareada, casi a punto de
desmayarme, y al mismo tiempo exaltada, como si hubiera tenido una visión.
De aquella
revelación surge la trama de Carol, publicada en 1952 con el
título The Price of Salt (El precio de la sal). Por entonces
Highsmith ya había triunfado con Extraños
en un tren, que Alfred Hitchcock
había llevado al cine en 1951, y comenzaba a ser encasillada como autora de
género de suspense; de modo que a sus editores les pareció una locura que la
escritora se empeñara en publicar una historia de amor entre dos lesbianas
cuando podía ganar bastante dinero con las novelas de intriga.
Pero a
Patricia Highsmith no le gustaban las etiquetas. Para ella Extraños en un tren no pertenecía al género de suspense; era
simplemente una buena historia. A nadie se le ocurría llamar a Dostoievski un autor de suspense porque
hubiera escrito Crimen y castigo. Highsmith quería publicar The Price of Salt,
por encima de razones
comerciales, así que, tras el rechazo de su editor, buscó a otro.
Además, para que no la encasillasen como autora de “libros de
lesbianismo”, decidió utilizar el
seudónimo de Claire Morgan.
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